jueves, 3 de diciembre de 2020

Mario Benedetti y "Gracias por el fuego"

 

Nota biográfica

Mario Benedetti, el prolífico escritor uruguayo, vino al mundo en 1920, en una población de tan exótico nombre como “Paso de los Toros” lugar próximo a una zona vadeable del Río Negro que discurre por el centro del país. Inició su actividad en la redacción de varias revistas, tanto de información general como literarias, a la vez que escribía relatos cortos por los que recibió diferentes galardones. Cuando contaba 44 años se dedicó a la crítica teatral, compaginándola con colaboraciones en una revista humorística a la vez que cultivaba la crítica de cine.

Dotado de inquietudes políticas (comprometido con la filosofía de izquierdas), fundó con otros activistas, en 1971, el “Movimiento Independiente 26 de Marzo”. Participando, a la vez, en otros organismos de ideas afines, hasta ser nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de la República, de Montevideo.

Tras el golpe de estado de 1973 renuncia a su cargo en la Universidad y ha de  exiliarse de Uruguay. En este tiempo recala en Argentina, Cuba y, por último, llega a España en 1978, primero a Palma de Mallorca y luego a Madrid. Huía, no sólo de su país, al principio, sino –también– de Cuba cuyo clima no le sentaba bien para su proceso asmático y porque desde allí no podía comunicarse con su familia: “Si mis padres recibían una carta de Cuba iban presos”. En Madrid residió hasta 2006 combinándolo con viajes y breves estancias en Uruguay –cuando pudo volver, a partir de 1983–, y tuvo ocasión de establecer fuertes nudos de amistad con otros exiliados en España como Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano o Juan Carlos Onetti; en particular con este último tuvo una buena amistad y le visitaba con frecuencia (Onetti, gran pesimista, como se recordará, pasó en cama los últimos cinco años de su vida, sin dejar de escribir y publicar). Además, Benedetti, se relacionó con otros muchos autores españoles.

Desde que llegó a Madrid había iniciado la publicación de artículos de opinión en “El País” sobre temas candentes en relación con su ideario; no obstante, según el director de cine, televisión y guionista Juan José Campanella "ciertas elites, no necesariamente de derechas, fruncían su nariz. Así Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa y José Ángel Valente, entre otros, escribieron duras respuestas a lo que planteaba el uruguayo". Entre otros enfrentamientos dialécticos, la causa frecuente era la defensa de Cuba que Mario exponía en sus artículos con ocasión de los choques entre el gobierno de la isla y EE UU, y que fueron publicados en “El País” por aquellos años. 

Benedetti ha sido uno de los poetas de más éxito en España, y con más fans entre los jóvenes de entonces a los que sugestionó con “letras” para cantautores como Serrat, Nacha Guevara, Víctor Manuel o Soledad Bravo, entre otros, que acertaron al interpretar y acompañar con música sus poemas.

Desde un punto de vista literario, posee una extensa obra constituida por decenas de cuentos, poesías, dramas, novelas, ensayos y creaciones discográficas, por los que a lo largo de su vida ha recibido multitud de reconocimientos y galardones. Cabe destacar entre sus novelas, “Gracias por el fuego” (1965) y “La tregua” (1960); y de entre sus cuentos merecen citarse los contenidos en el volumen “Montevideanos” (1959) y en “El porvenir de mi pasado” (2003).

Por referirnos sólo a algunos de los premios y reconocimientos recibidos por Benedetti, hay que citar su investidura como Doctor honoris causa por las Universidades de Alicante y Valladolid (1997), el XIX Premio de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y a la concesión de la medalla de honor de dicha institución (2005). En 2007, Hugo Chávez le hizo entrega de la más alta condecoración de Venezuela (Condecoración Francisco de Miranda), por su aporte a la ciencia, la educación y el progreso de los pueblos. En 1999 le fue otorgado el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Aparte de los referidos, quedan sin mencionar un número ingente de galardones internacionales por sus obras, encuadradas en las diferentes facetas de su multidisciplinaria producción.

Murió, en su casa de Montevideo, en mayo de 2009 a los 88 años.

Sinopsis de la novela

Ramón Budiño es el actor principal de una obra de estilo realista, en la que lo primero que manifiesta el personaje es que más que por Ramón se le conoce como “el hijo de Edmundo Budiño”. El Doctor Edmundo Budiño, el padre, “el viejo”, acapara toda la atención, es el patriarca que eclipsa a su linaje y mucho más. Él, Ramón hijo, no tiene un nombre propio, lo que le perturba la conciencia y le altera el equilibrio nervioso a pesar de que, por ser el heredero de quien es, su existencia podría transcurrir sin preocupaciones, ni en lo económico ni en lo social. Su agencia de viajes marcha bien, está casado y tiene un hijo de 15 años y, además, compensa el aburrimiento de su matrimonio a base de esporádicos escarceos sexuales con clientas y amigas, y hasta con su cuñada.

A pesar de todo, o, por todo eso, el cariño hacia su padre había desaparecido, llegando a convertirse en rencor progresivo, y odio a medida que iba conociendo las “habilidades y métodos” de su progenitor y reconstruía los malos recuerdos de la infancia. Quizá todo empezó el día en que, siendo niño, contempló –a través de la mampara del baño– cómo su idolatrado papá maltrataba físicamente a su madre, sin que la criatura, cuya presencia había pasado inadvertida, se atreviera a intervenir. Aquella secuencia aterradora –nunca denunciada– se quedó grabada en sus retinas y fue la simiente para que, un día, Don Edmundo dejara ser su papá y se convirtiera, en adelante, en “el viejo”, menos cálido, más lejano, convertida su relación en una especie de recipiente en el que ir depositando los desprecios que le aplicaba con dureza y escarnio el gran Edmundo Budiño, el todopoderoso doctor universitario, empresario y dueño del periódico más influyente de Uruguay, desde cuyo despacho movía los hilos con que controlaba la política, la prensa, el poder. Edmundo Budiño se había convertido en una auténtica institución nacional, admirado por quienes le rodean, cerca o lejos, pero ignorantes, cómplices o encubridores de la bajeza del personaje en cuestión.

      Ramón, recuerda con frecuencia aquél niño; el maltrato infligido a su madre, asociándolo a las cosas que le acomplejaban en las relaciones con su papá, cuando todavía lo era y, luego, ya con el apelativo de “el viejo”, ir conociendo sus negocios y chantajes hasta completar su poderoso perfil que le permitía vejar, con impunidad, a quienes tenían algún tipo de filiación o sometimiento a su dominio y, en primer lugar, a la familia.

Después de las aventuras con varias féminas, que no dejan huella en su ánimo, Ramón se ha enamorado de la mujer de su hermano Hugo, de lo que se da cuenta de súbito, mientras se distancia aún más de su cónyuge. Para su desdicha su cuñada después de pasar por la cama, le dice que no está enamorada de él, que se había acostado para salir de dudas y que “aquello” no se volverá a repetir.

En última instancia, la solución que encuentra a sus sinsabores y desdichas, madura poco a poco.

Narrador

 El texto (gran literatura) de Benedetti no es nada liviano, a pesar de que la acción de la trama se reduce buscar una salida al problema que le amarga a Ramón Budiño. Éste, desde su perspectiva de narrador-personaje central, es quien nos relata los hechos que transcurren en la mayor parte de la novela mientras, en unos pocos capítulos, la historia nos la cuenta un narrador omnisciente en tercera persona y, por último, un monólogo de Dolores (Dolly) mientras conduce su vehículo, efectúa un repaso mental a sus años de infancia y pubertad, rememora a su marido, y, sobre todo, evoca su relación con Ramón.

En la novela, son frecuentes la mezcla de estilos narrativos, el discurso directo, el indirecto libre, y en especial los monólogos interiores acerca de la política, la corrupción, el dinero, la moral, la norma, los artículos editoriales del “viejo” en su periódico… o los referidos al fracaso, a la historia familiar, a Gustavo el hijo adolescente de Ramón, a la tierra, la reforma agraria que no se cree nadie, la libertad… soliloquios densos, a menudo digresivos, que exigen del lector una concentrada atención y que asuma que nada es irrelevante en el relato, incluido el primer capítulo cuya acción transcurre en Nueva York.

Estructura

            Aunque simula un texto configurado de forma lineal, si bien con frecuentes saltos temporales, se podría decir  que estamos ante un relato construido más bien mirando hacia atrás, a base de piezas retrospectivas, que van conformando el cuerpo de la novela. Son las evocaciones de Ramón las que llevan el peso que parece volver al pasado en busca de su identidad, de la circunstancia que alteró su ventura; los recuerdos de niñez y juventud (los felices y los amargos), su primera experiencia amorosa, la visita a la tienda de juguetes con su papá, el tremendo suceso en que su padre pega a su madre… Pero también aparecen las remembranzas y soliloquios de Edmundo “el viejo” y Gloria, su amante, las de Dolores (Dolly). En el contexto de la obra no conviene perder de vista que la estructura lineal de la historia es solo aparente, la organización de “Gracias por el fuego” es circular. Después del episódico primer capítulo, a continuación, Ramón monologa desde el noveno piso del edificio donde Edmundo tiene instaladas las oficinas del periódico.

“La ventana se abre a la calma chicha. Allá abajo, los plátanos. Por lo menos la mitad de las hojas están inmóviles y el movimiento de las otras es apenas un estremecimiento. Como si alguien las hiciera cosquillas. Transpiro como un condenado. El aire está tenso, pero ya sé que nada va a estallar.” (Cap. 2)

Esta secuencia se engarza, cierra el círculo, en el final del capítulo trece. Estamos otra vez, volvemos, al monólogo interior del capítulo segundo, en el arranque de la novela, con la mirada de Ramón observando la acera, entre los árboles, desde la ventana del despacho de su padre, mientras espera al “viejo”.

“No están inmóviles las hojas. Ni siquiera las caídas y secas, allá abajo, mezcladas en el mismo remolino con pedazos de diario…” 

Cerrado el largo inciso, quizás, debemos ensamblar las piezas dispersas, en desorden cronológico, que hay que ir vertebrando. Es el trabajo reservado al lector.

 Estilo

En muy particular el lenguaje poético empleado por Benedetti, de proximidad, sencillo, aunque (o por eso) use con frecuencia “hispanismos” propios de América Latina, palabras cuyo cabal entendimiento exige la ayuda del Diccionario, aunque en el contexto no supongan ningún problema para su interpretación (me estoy refiriendo, por ejemplo, a coima, punga, candombe, pucha, guajiro, chiripá, aparte de otras más fáciles de interpretar tal que sabés o querés ). Es, sin duda, una novela que aunque sea más importante el fondo que la forma, ésta no deja de tener su categoría, utilizando materiales autobiográficos que el autor “coloca” a los personajes, del mismo modo que pone en su boca mezcla de sentencias y pensamientos personales, por lo que sabemos de sus principios políticos: “Convénzase, abuelo –dijo Gustavo–. Los partidos tradicionales están en vías de descomposición”. Y el abuelo: “Creen que la revolución es andar sin corbata” (p. 96-97)

Y para concluir este apartado, se debe enfatizar otra característica estilística utilizada: la repetición de algunas escenas con lo que se acentúa la pauta “rutinaria” que la impregna, sin que ello afecte a la tensión narrativa. Se pueden citar como muestras de estas secuencias repetitivas el episodio de la tienda de juguetes, las conversaciones con clientes y con la secretaria en la Agencia de viajes, el episodio amoroso-iniciático con Rosario, entre el olor de los pinos, cerca del mar... y otros.

Espacio

            Nos encontramos como lectores, ante un relato donde priman los espacios que Benedetti pone en pie; aquellos lugares por donde se mueven o suceden los acontecimientos narrados, sean éstos paisajes, calles, edificios o ambientes que afectan a los personajes, lugares donde vivieron emociones o expresaron sus íntimos sentimientos. En muchas novelas estos aspectos son casi marginales o de un peso relativo pequeño, pero no es este el caso de “Gracias por el fuego”. Desde el primer capítulo en el que un narrador desconocido, en tercera persona, nos describe el restaurante y las viviendas del barrio de Broadway, –por cierto, con un énfasis social en la pobreza del lugar, en la humilde vida de los latinoamericanos en Nueva York, en “esas miserables casas de inquilinato”–, hasta el despacho de Edmundo Budiño en el noveno piso del edificio; el lector deambula en coche, a menudo por La Rambla, importante avenida próxima a la playa y “donde las olas salpican”, recordando cosas; puede caminar por las calles céntricas de… ¿ Uruguay?

También, quien leyere, puede acompañar a Ramón-niño en la tienda de juguetes donde su padre le compró los soldados de plomo, visitar su casa familiar de Punta Gorda, donde vive con su mujer y Gustavo, el hijo  revolucionario, y escuchar cómo le cuenta Susana la discusión que tuvo el joven con el abuelo, u optar por visitar a su hermano Hugo en su domicilio; o acercarse a la Agencia de viajes, adquirida con los 80.000 pesos del préstamo-afrenta de su padre, y departir con la secretaria-tentación y asomarse a su escote. Espacios que se distinguen también vinculados a la peripecia profesional de Edmundo Budiño, su despacho en el periódico, o de contenido “virtual” mediante la grabación de su discusión en la fábrica intentando chantajear a un empleado para obtener los nombres de los otros responsables de la reciente huelga. (pgs. 84- 86).  

Otras opciones permitirían conocer los apartamentos destinados a los escarceos amorosos. El más estable, en el que Gloria Caselli lleva veintidós años mirándose al espejo antes de que llegue a la cita Edmundo Budiño; luego, el alojamiento de las Tres Jotas, prestado, que acogió “por primera y última vez” a Ramón y Dolores (Dolly) para “el minuto feliz” a que tenían derecho… y donde se encerró con Marcela su compañera de mesa en Nueva York para completar el “acercamiento” allí iniciado.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

Tema.- ¿Qué quiso decir Benedetti?

Mi interpretación es que se trata de un examen crítico de la situación sociopolítica que se está viviendo en Uruguay en los años cincuenta del pasado siglo (más o menos fabulada), de la que se deriva una exposición de las “fuerzas” y discrepancias ideológicas que operan en el país. Se pueden observar tres niveles.

En primer término tenemos lo que representa el arbitrio inmoderado y autoritario, el uso y abuso del poder en manos de una minoría, el absolutismo imperante del que Edmundo Budiño es el icono. “¿Cómo querés que no desprecie a la gente si la gente me acepta como soy?” 

Su hijo Ramón (en la segunda cota), simboliza al ciudadano amante de la democracia, pero usuario y sometido a los códigos emanados de su padre y, por derecho “genealógico”, de aquella casta situada en la cima del dominio omnipotente. El hijo luchando frente a los esquemas y procedimientos del padre (“el viejo”) con sus convicciones a punto de reventar.

Y, por último, esbozado con sutileza en el tercer nivel,  aparece el hijo de Ramón y nieto de Edmundo Budiño, Gustavo, rebelde alucinado por una retórica  cargada de inútiles algaradas y activismo levantisco, de “credo” distinto al de los anteriores “Budiños”, pero capaces –todos– de una cierta convivencia, manteniendo un statu quo, que salvaguarda sus particulares puntos de vista. Quizás esta es la causa de que el mundo representado por “el viejo”–según lo que nos ofrece Benedetti con una aprobación que no se compadece con su conocida filosofía política–, y a pesar de la vileza del comportamiento del doctor y sus acólitos, se libren de un correctivo que los castigue.

Dificultades

 Como he señalado, “Gracias por el fuego” tiene páginas difíciles por la exigente atención que requiere su apretado texto y los meandros por los que navega el narrador que se mueve en un lenguaje pletórico de incisos, disquisiciones y la combinación de discursos descriptivos utilizados. No obstante, estamos ante una gran novela.

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 Nota.- Las citas de “Gracias por el fuego” proceden del texto de la edición de Alianza Editorial, Biblioteca Benedetti, sexta reimpresión de 2009, en la que se basan también los comentarios expresados en esta reseña.

martes, 29 de enero de 2019

"El guardián entre el centeno", de J. D. Salinger

Jerome David Salinger es conocido en el mundo literario, casi en exclusiva, por ésta novela que –solitaria– se ha convertido en una obra clásica de la literatura. Muestra, en primer término, la aparente contradicción que supone la coincidencia de intelectos ágiles y enérgicos en personas afectadas por alteraciones psicológicas y, a la vez, ejemplifica la capacidad que tienen los niños para superarlo y mantener un cierto equilibrio en sus vidas.

Salinger tuvo el cuidado de mantener en la más absoluta marginalidad su ocupación como escritor, incluso impidiendo que las múltiples ediciones de “El guardián entre el centeno” (1951) incluyeran cualquier información adicional sobre su actividad literaria o su existencia privada. No obstante, con el paso de los años se han ido conociendo pormenores que no han hecho sino incrementar el morbo sobre su “desaparición” del espacio cultural. Se sabe (aunque no se haya dado mucha publicidad a los datos) que era hijo de padres judíos, que, como escritor, admiraba a Herman Melville, que hizo algunos estudios sobre literatura en la Universidad de Columbia (EE UU) y que, en 1944, combatió en el desembarco aliado de Normandía. Estuvo casado dos veces, y divorciado en ambas ocasiones, y como su fama mediática reaparecía ante cualquier indicio noticioso que se relacionara con él, la publicación de unas memorias de su hija Margaret Salinger dieron lugar a un cierto escándalo. Ese libro es un auténtico ajuste de cuentas con su padre a quien critica y ridiculiza a fondo.

Titulado "El guardián de los sueños", en edición española de 2003 (Debolsillo), el diario El País (23-02-2002) cita un párrafo del libro en el que Margaret afirma: 'Para mi padre, tener algún fallo es motivo de repulsión, tener un defecto es ser un desertor, un traidor, o una traidora. No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo'.



“El guardián entre el centeno” fue la primera novela de J. D. Salinger, antes y después, escribiría un buen puñado de textos, relatos breves en su mayor parte, que se publicaron de forma dispersa o todavía se mantienen en el anonimato: “…escribo para mí mismo y para mi placer”, declaró a The New York Times en 1974.

“El guardián…”, que tuvo una gran acogida internacional, refiere unos pocos días de la vida de un estudiante rebelde, inmaduro pero muy perspicaz, asomado (con peligro) al abismo de sus delirios de libertad. El título procede de una frase de las páginas finales, cuando el protagonista, Holden Caulfield, le revela a su hermana –al filo de una poesía que recuerdan– lo que le gustaría ser de mayor: vigilante de los niños que juegan en un campo de centeno, al borde de un precipicio, sin mirar a dónde van, sin nadie mayor que los cuide. “Yo sería el guardián entre el centeno”.

Hasta entonces, lo que sucede en la novela no guarda aparente conexión con el título y, sólo más tarde, es posible identificar esta metáfora relacionándola con los riesgos que ha corrido Holden en ese corto periodo de su adolescencia en el que ha gozado de total libertad. En ese tiempo ha gestado ideales tan críticos y agudos como el que pone de manifiesto cuando habla de los abogados, que es una profesión que le gustaría ejercer algún día, si fueran por ahí “salvando de verdad vidas de tipos inocentes pero, eso, nunca lo hacen”.

El personaje es un mozalbete con una extraña visión del mundo. Mantiene una sorprendente animosidad contra los seres humanos a los que considera –sin excepciones– unos hipócritas y, esa opinión de artificio que percibe, la falsedad de lo que le rodea, llega a deprimirle. En realidad ese es el asunto de fondo de la novela, visto desde la perspectiva de un adolescente: lo denunciable de la sociedad adulta, señalando sus componentes mezquinos, crueles y envilecidos. A la vez, Salinger, para acentuar el efecto, le hace evocar a Holden la época de la inocencia, la nostalgia de su infancia, el cariño de sus hermanos, la sinceridad, los grandes problemas “metafísicos” que le torturan como ¿adónde van los patos del parque en invierno? Pese a que su vocabulario es limitado su forma de hablar, rotunda y franca, permite que el muchacho resulte ingenioso, haciendo gala de un humor cáustico y mordaz.

No obstante Holden, a pesar de la vinculación afectiva con sus hermanos, encuentra en ellos cosas que no le agradan tanto. No le gusta la ocupación del mayor, guionista de Hollywood, porque odia el cine y por preservar el candor de Phoebe, la hermana más pequeña, por quien siente verdadera pasión y de quien se erige protector; para él su hermana es el símbolo de la inocencia.

La novela es el relato que el adolescente hace de sus aventuras. Nos lo cuenta, pues, en primera persona, mientras se repone de los problemas de salud que se derivaron de las peripecias que nos ha dado a conocer (incluyendo abundantes monólogos interiores). Esta historia narrada-pensada recoge tres únicos días de su vida; desde que se marcha del internado de Pencey, de donde le habían echado en vísperas de Navidad, hasta que volvió a casa (se supone que enfermo) tras las horas pasadas con su hermana Phoebe. Fue una huida a ninguna parte, al encuentro de lances amorosos, borracheras, amigotes a los que acaba aburriendo, bordeando la frontera del bien y del mal. Siente aversión hacia casi todo, excepción hecha de Phoebe, a la que profesa –como hemos dicho– honda ternura.

El argumento es verosímil. En síntesis, da forma a la contradicción o inconsistencia juvenil de un “hijo de papá” que, a través de un interesante flujo de conciencia, nos va dando cuenta de su primera crisis de adolescente, de su ansiedad y volubilidad extrema, incluidos despectivos sentimientos de superioridad. Sorprende, no obstante, la honestidad de sus divagaciones puesto que a veces sus sólidas ensoñaciones no le conducen a nada tras varias páginas de monólogos internos, como en el caso del proyecto de viaje al Oeste, que luego se desvanece, ante las lágrimas de su hermana de nueve años que quiere acompañarle a toda costa. Esos monólogos o flujos de conciencia utilizados por Salinger se van combinando con el dinamismo alocado propio del personaje, al que no dejan de sucederle cosas desde que abandona el colegio.

Es cierto que para que quepan en 226 páginas el número de incidentes y peripecias que le ocurren el ritmo ha de ser muy vivo. Lo es. El chico no acaba de salir de una aventura y ya está organizando o embarcándose en otra, a cuál más imprudente. Esto hace que la novela se lea muy bien, aunque en algún momento peque de reiterativa.

El lenguaje, uno de los ingredientes importantes, es coloquial y juvenil, ingenuo, con exclamaciones, interpretaciones y exageraciones propias de los dieciséis años: “[...] en cuanto recobré el aliento crucé a todo correr la carretera 204. Estaba completamente helada y no me rompí la crisma de milagro”. Siempre, fluido y ágil incluso en los monólogos.

Después de la vuelta a casa Holden, aun sintiéndose delicado de salud, no deja de elaborar especulaciones “[...] a qué colegio voy a ir…”. No parece convencido de lo que hará el próximo otoño, por lo que el final se me antoja abierto a toda posibilidad; en cualquier caso, es consecuente (o parece muy relacionado, pero no quiero desvelarlo) con lo acontecido a lo largo de la narración. Las borracheras, noches sin dormir, los dolores de cabeza, las mojaduras, el frío y sus otros actos pasados no podían ser inocuos.

Un invisible guardián entre el centeno pareció ocuparse, al final, de él; de que no se despeñara. Quizás fuera así. O no tanto. En todo caso deja unas cuantas ideas para que los lectores reflexionemos.

Este año, el 1 de Enero de 2019, se ha cumplido el centenario del nacimiento de J. D. Salinger.


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* J.D. Salinger, El guardián entre el centeno. Alianza Editorial. Literatura. L.B.

viernes, 18 de enero de 2019

León Tolstoi y "La sonata a Kreutzer"

Tolstoi había nacido en Yásnaia Poliana (que significa “luminoso claro del bosque”), una explotación agrícola y ganadera rodeada de bosques que poseía su familia en las cercanías de Tula, a unos 150 kilómetros al sur de Moscú. Estudió Derecho y Lenguas Orientales, materias que dejó de lado para retornar a Yásnaia Poliana, aunque luego residiera en Moscú y San Petersburgo. Pertenecía, al igual que sus padres, a la antigua nobleza rusa y en su familia figuraban héroes militares, escritores y diplomáticos.

En la guerra de Crimea (1853-1856) participó como suboficial en la zona de Sebastopol y quedó muy afectado por los sacrificios y heroísmo inútil de los pueblos lo que, quizá, fuera el germen de sus crisis espirituales posteriores que le llevaron a una profunda religiosidad y a la defensa de la “no violencia”. Así, en sus últimos años, patrocinó el amor entre las gentes, no alimentarse de carne y trabajar las tierras con sus propias manos; abandonó los lujos, se mezcló con los campesinos de Yásnaia Poliana y la mayor parte de su tiempo en la aldea lo empleaba en el oficio de zapatero o como profesor de los hijos de los campesinos.

Cuando se piensa en la monumental obra de León Tolstoi (Lev Nicoláievich Tólstoi), uno suele evocar, sin esfuerzo, novelas como Guerra y Paz (1865-1869) y Ana Karenina (1875-1877), consideradas la cima de la literatura realista rusa (reflejo fiel de la sociedad en que vivía) y que le otorgaron la máxima consideración en las letras occidentales.

Las Obras Completas de Tolstoi se publicaron entre 1928 y 1958. Es una producción inmensa recopilada en unos 60 tomos, aparte de los que recogen su correspondencia que son más de 30 volúmenes, si bien la censura soviética se empleó a fondo en ellos por considerar incorrectos –desde el punto de vista político– muchos de sus contenidos. Por ello los especialistas suelen recurrir a los manuscritos originales depositados en el Museo Tolstoi de Moscú.

Aparte de las citadas Guerra y Paz y Ana Karenina, deben mencionarse −por su calidad y como ejemplo del realismo literario ruso− La muerte de Iván Ilich (1886), Resurrección (1899) y La Sonata a Kreutzer (1889), que comentaremos a continuación, no sin antes destacar el asombroso número de adaptaciones cinematográficas de que han gozado muchas de sus obras, en particular Ana Karenina (he contado diez), y Guerra y Paz (de la que he podido encontrar cinco versiones), amén de otras más, incluida La Sonata a Kreutzer (en versión de 1987 realizada en la URSS).

A pesar de que los datos oficiales sitúan la aparición de esta novela en 1889, se puede decir que Tolstoi ya hizo un primer acercamiento temático en 1860, que tituló “El asesino de su mujer”, texto que abandonó antes de su final, siendo éste, treinta años después, la base de “La Sonata a Kreutzer” definitiva.

Al parecer Tolstoi había quedado muy impresionado al escuchar, un día de 1888, “La Sonata a Kreutzer” de Beethoven (Sonata nº 9) interpretada al piano y violín y, entonces, terminó de perfilar la idea: introducir la música en el viejo manuscrito de “El asesino de su mujer”, por lo que volvió a trabajar en él hasta 1889. A partir de ese momento la gestación del libro pasó por diferentes vicisitudes provocadas por la censura antes de ser autorizado en 1881, de forma encubierta, dentro de su Obras Completas. Sólo en 1900 consiguió permiso para una edición individual que resultó adulterada con abundantes errores y mutilaciones, y no fue hasta 1936 cuando se publicó “La Sonata a Kreutzer” por primera vez, contrastada con los manuscritos de Tolstoi, para una edición conmemorativa. En España la edición de Santillana (2004), traducida del ruso por las hermanas Irene y Laura Andresco, está basada en la de aquél volumen cotejado y es la adaptación en la que se basan estos comentarios y apreciaciones.

Resumen argumental

La historia la cuenta, en primera persona, un narrador que apenas interviene y que cede la voz a los diferentes personajes que viajan en un tren de largo recorrido. Entre ellos se encuentra Pozdnyshev, el protagonista, que escucha y no interviene al principio en la conversación que gira alrededor de varios temas principales. Sobre las mujeres y su papel sexual en la vida; en torno a los varones, sus necesidades carnales y la forma de aliviarlas, por medio de la prostitución, en especial durante los años de juventud; hablaron del engaño del matrimonio vinculado a un amor inexistente… con opiniones muy apasionadas por parte de los viajeros que ocupaban el departamento, en las que no faltan expresiones rencorosas y la nostalgia de un tiempo pasado de menos conocimientos culturales pero más honesto, según entendían. Expresaban opiniones como éstas:

-“Pero, ¿cómo vivir con un hombre cuando no hay amor?”
-“En efecto, estamos lejos de la opinión europea acerca del matrimonio…”
-“Usted habla del amor carnal. ¿Acaso no admite el amor basado en la comunión de un ideal, en la afinidad de las almas?”
-“No cabe duda de que existen episodios críticos en los matrimonios…”

Hasta que, por fin, interviene Pozdnyshev, confesando que a él le ha ocurrido el episodio "crítico" a que se ha hecho referencia en último lugar:

- En ese episodio "crítico" maté a mi mujer.

A partir de ese momento del capítulo II, el peso del relato recae en Pozdnyshev; en sus antecedentes, su formación, su opinión autorizada sobre los asuntos que se han discutido entre los pasajeros, algunos de los cuales, por llegar a sus destinos, van abandonando el vagón, mientras otros se incorporan al viaje y a la ocasional pero apasionada tertulia.

Habla Pozdnyshev de su experiencia pasada, de cómo llegó a matar a su mujer, del efecto que le causaba su atractivo sexual, el papel de los hijos, las amenazas que los acechan y el terror de los padres ante las enfermedades infantiles; la capacidad de manipulación que adquieren cuando han crecido; habló de las relaciones conyugales cada vez más hostiles que le tocó sufrir, de los periodos de amor-odio por los que atravesó su matrimonio, de la encantadora madurez de las mujeres cuando desaparecen los frenos que impone la naturaleza (gestación-lactancia).

Luego, vino el tiempo en el que su esposa comenzó a verse, a solas, con el violinista amigo. Ambos solían tocar la sonata a Kreutzer y, poco después llegó el descubrimiento de la capacidad de la música para cambiar a las personas... Sus celos y sospechas una noche le hicieron anticipar el regreso de su viaje y, como temía, les sorprendió en su propia casa, comiendo y riendo; felices “haciendo música”. Fuera de sí, atacó a su mujer que moriría horas más tarde, mientras Trujachevsky, el músico, terminaba escapando.

La justicia le absolvió por la infidelidad de su cónyuge.

Quien nos cuenta la historia, como he señalado más arriba, es un viajero anónimo que va explicando lo que acontece (lo que escucha y ve) en el departamento del tren donde un grupo de pasajeros (hombres y mujeres) intercambian opiniones sobre el poliédrico tema de conversación que se ha desatado desde el principio del trayecto –el noviazgo, las relaciones prematrimoniales, el amor, las desavenencias conyugales−, aunque algunos pasajeros se incorporan al vagón más tarde, iniciado ya el debate, y otros se apean en estaciones intermedias. De los que ocupan el compartimento, sólo el narrador y Pozdnyshev lo han hecho para “un largo viaje de varios días”, casi desde el arranque hasta la estación término. El desconocido narrador, como he dicho, apenas interviene para recoger alguna descripción y opiniones de los viajeros (más que las propias), y las discrepancias que se suscitan, hasta la confesión de Pozdnyshev, protagonista indiscutible que enmudece a los demás. Las confidencias de éste son una especie de prolongado monólogo sólo interrumpido, a veces, por opresivos silencios y algún desacuerdo o tímidas intervenciones, de los otros pasajeros, que terminan por abandonar la conversación generalizada que mantenían con ardor y se sumergen en un mutismo temeroso. En la última etapa del trayecto sólo quedan hablando el narrador y Pozdnyshev. Su acercamiento personal y psicológico había comenzado así:

− Entonces, ¿quiere que le cuente cómo me condujo el amor a ese episodio crítico?
− Bueno, si no le resulta penoso.
− No; me pesa más el silencio.

La novela, en su estructura más elemental, no sigue un camino lineal sino que en algunos momentos anticipa hechos que luego se retomarán más tarde para profundizar en los detalles, las causas que lo provocaron y el estado de ánimo de los personajes. El ejemplo más claro lo tenemos cuando (en el capítulo II), Pozdnyshev y al hilo de lo que en ese momento comentaban, suelta la "bomba" de que él había matado a su mujer. Después de esta declaración temprana, quedan por delante otros veintiséis capítulos para ir desgranando y analizando las causas y efectos de determinadas conductas y mentalidades.

El ritmo de La Sonata a Kreutzer es, en esencia, lento por minucioso. De carácter reflexivo, lo es, en especial, a lo largo de las páginas donde se expone lo que piensa Pozdnyshev (en el fondo él es quien “llena” la novela, es su caso el que se muestra al lector) sobre el deseo sexual, las relaciones hombre/mujer y en lo relativo al disfraz del amor. Presenta a la mujer como objeto sexual principal −antes que esposa y madre− en una sociedad que ya lo considera así, apoyada en los criterios médicos del momento que invitan, entre otras cosas, al desahogo del varón como terapia idónea para el equilibrio mental y el desarrollo físico adecuado, prescribiendo periódicas visitas a las “casas de tolerancia”

“− ¿Y qué son los médicos? −reflexiona Pozdnyshev−. Sacerdotes de la Ciencia que pervierten a los jóvenes afirmando que eso es necesario para la salud. Y luego dándose importancia curan la sífilis.

[…] Caí (en el sexo pagado) porque la gente que me rodeaba veía en ese acto una función legítima y buena para la salud o una distracción natural perdonable y hasta inocente. Así es como viví hasta los treinta años, sin abandonar un solo momento mi decisión de contraer matrimonio y de organizarme una vida familiar más elevada. Con este motivo buscaba a una muchacha que me conviniera.”

Digresiones y Punto de vista

En algunos casos el monólogo interior alcanza dimensiones colosales, y por supuesto, la novela transcurre siempre desde el punto de vista de Pozdnyshev y de sus prolongadas reflexiones y psicología, al hilo de la historia que narra, como cuando Pozdnyshev presenta su mujer a Trujachevsky. Este era un lejano amigo, con el que había llegado a tutearse, buen violinista que al enterarse de que su señora tocaba el piano “Se ofreció a tocar para ella. Como durante los últimos tiempos, mi mujer estaba seductora. Su belleza inquietaba.”

“−Estaba en el apogeo de una mujer de treinta años, bien alimentada, que ya no tiene hijos y vive en una constante irritación. Llamaba la atención a todo el mundo. Atraía las miradas de los hombres. Era como una yegua bien cebada a la que hubieran quitado las bridas después de tenerla enganchada mucho tiempo.”

“−Lo que más atormenta a un hombre celoso (en la vida de sociedad lo somos todos) es el hecho de que ciertas condiciones mundanas permiten una intimidad grande y peligrosa entre un hombre y una mujer. Uno sería el hazmerreír del mundo si tratase de impedir la intimidad que existe en los bailes, la de los doctores con sus enfermas y la que se crea entre los que se ocupan de las artes, la pintura y, sobre todo, de la música. […] Sin embargo nadie ignora que la mayor parte de los adulterios de nuestro medio ambiente se cometen gracias a esos pasatiempos y, sobre todo, a la música.”

El modelo literario utilizado por Tolstoi en esta novela, no es nada complicado. Un largo viaje por ferrocarril donde la convivencia prolongada entre pasajeros lleva a conversaciones de todo tipo y termina facilitando las confidencias personales. Ese entorno, propicia el uso de un estilo de relato, “oralizado”, realista, minucioso en extremo, tanto sobre la forma de pensar de Pozdnyshev, como de los hechos que le habían sucedido y/o imaginado. El punto álgido, el clímax de la novela, es alcanza con la comisión del homicidio, tras todos los detalles y circunstancias, a los que se añaden pormenores minuciosos de la vida del matrimonio. Las alternativas entre el amor desaforado y el resentimiento, los celos y el odio. Esos sentimientos y otras aprensiones de Pozdnyshev son los que a mitad de un viaje de negocios, que le habría de ocupar varios días, le arrancan de la cama al poco de acostarse y le hacen anticipar el regreso a casa.

“Me detuve en el umbral sosteniendo el arma tras de mi espalda. En ese preciso instante, Trujachevsky (el amigo músico) sonrió diciendo con una indiferencia que movía a risa: «Estábamos haciendo música…» «No te esperaba…», exclamó mi mujer adoptando el mismo tono. […] Ninguno de los dos pudo terminar… Comenzó lo que ellos habían temido, rompiendo bruscamente todo intento de explicación. Me arrojé sobre mi mujer disimulando el puñal para que Trujachevsky no me impidiese herirla”

Queda por dilucidar si su mujer le fue infiel, o sea, si existían “razones objetivas” que motivaran el crimen y, en consecuencia si el veredicto absolutorio, en base a los celos del marido, fue una sentencia justa o no tanto.

¿Qué quiso decir Tolstoi?

La sonata a Kreutzer es la tesis de la castidad en el matrimonio y en la vida social, con abundantes reminiscencias autobiográficas de lo que el mismo autor experimentó en su vida marital. Existe un gran paralelismo entre su existencia y la trama de la novela. Los biógrafos coinciden en que, a punto de casarse, Tolstoi ya expresó serias dudas: “Tengo miedo de mí mismo. ¿Si no fuese más que el deseo del amor y no el amor?”. Después de veinte años de matrimonio, sin el atrayente sexual, aparecieron las riñas con su mujer, a veces tan violentas que grita a Sofía Andreievna lo que llegan a oír sus hijos, aterrados: “Tu presencia envenena el aire que respiramos”.

Impregnada de su acendrada religiosidad y sentido moral, la novela finaliza, como para purgar errores propios, con un amplio comentario aclaratorio de lo que quiso apuntar Tolstoi con este relato.

En primer lugar, intentó advertir del error común de creer que las relaciones sexuales “son necesarias para la salud” y que, como a veces no pueden conseguirse por medio del matrimonio, es lícito hacerlo fuera de él con la única obligación para el varón de pagar por ello.

Su segunda conclusión es que quien no sea fiel al matrimonio debería ser condenado por la sociedad al igual que se penaliza el fraude comercial, o las deudas impagadas; pero, también −dice− sucede al contrario: se elogian tales conductas libertinas en canciones, novelas y obras de teatro.

Y por último, quiso establecer el principio de que no está bien continuar practicando sexo durante el embarazo y la lactancia porque “agotan las fuerzas físicas” y las morales de la mujer y que si la continencia debe ser condición ética para un soltero, es aún más importante en el matrimonio.

“Esto es lo que he pensado y he querido expresar en mi relato”; si bien reconoce que “la castidad no es una regla, sino un ideal”.

Para situarse en el entorno adecuado e interpretar la obra en el sentido correcto conviene que el lector se situe en la lejana sociedad rusa de 1889.□

domingo, 19 de noviembre de 2017

Sobre Cervantes y don Quijote

Cuando apareció la novela “Al morir don Quijote” (2004), del cervantista Andrés Trapiello, lo primero que tuvo que hacer su autor fue defenderse de las críticas a que dio lugar su idea, justificándola por el interés de los personajes a los que Trapiello da más larga vida que lo hiciera Cervantes: el Ama (a la que, ahora, asignó un nombre), la Sobrina, Sansón Carrasco, etcétera; y está escrita con un lenguaje moderno para que resulte más inteligible, aunque cuidando de no desentonar del empleado en el texto primigenio.

Esta de la lengua es una de las dificultades –en opinión de Trapiello–, con que se tropiezan la mayoría de lectores del Quijote, lo que hace que sea un libro exigente para quien accede a sus páginas, que requiera un cierto esfuerzo a lo que no favorece que la primera parte tenga una estructura "un poco descacharrada". Son trabas que hacen desistir a gran número de lectores, recomendando empezar la lectura por la segunda parte que está mejor “organizada”.

Cervantes, como es sabido, tuvo que superar un buen número de contrariedades en su existencia; fue un auténtico “perdedor” en sus oficios, en sus obras literarias que, o bien fracasaron o no tuvieron la acogida que cabría esperar en unos tiempos donde el teatro era lo que primaba. Fue poco afortunado con sus hermanas dedicadas a la vida galante para sobrevivir, además de un reiterado perdedor en lo tocante a su libertad: cautiverio en Argel, prisión en Sevilla por deudas y, aún, en Valladolid por un asunto vecinal. Igualmente le tocó perder en la gran batalla naval de Lepanto cuya victoria épica apenas disfrutó tras recibir tres arcabuzazos que le inutilizaron la mano izquierda.

Podría pues, Cervantes haber sido un hombre amargado y quizás lo fuera, pero no lo trasladó a sus obras. Al contrario, todos los personajes del Quijote son bondadosos, simples, cándidos, bromistas si se quiere, pero nunca “mala gente”. Este, es un hecho relevante por el que los cervantistas llaman a resistir la tentación de rellenar los huecos que ofrece trayectoria vital de Cervantes con aspectos de la historia de aquel hidalgo de complexión recia, seco de carnes y enjuto de rostro. Al Quijote no se le puede otorgar un sentido autobiográfico que no es sostenible, según lo que hoy conocemos.

Existe una cierta corriente de opinión entre acreditados especialistas que consideran que la primera parte del libro, quizás, ya le habría resultado a su autor un poco "ligera" por lo que hubo de añadir y "coser" otros relatos inéditos para aumentar el tamaño de la edición (El curioso impertinente y El cautivo, son dos buenos ejemplos). Es patente que no tienen nada que ver con la ficción principal que nos narra, y colaboran a que se “desenganchen” de sus páginas lectores poco pacientes.

De la segunda parte del Quijote cervantino, –escrita con prisas ante la aparición del de Avellaneda– hay que subrayar la chabacanería de esta edición apócrifa, muy lejos del estilo de Cervantes, aunque a éste se le pueda censurar la larga secuencia de los duques en sus páginas (II, Cap. XXX y ss.) (duques a los que, por cierto, no puso nombre). Esta aristocracia necesitada de distracciones da lugar a episodios acaso crueles por sus bromas, sí, pero sin que el relato supusiera una crítica a la nobleza (como alguien ha dicho). Con tales estamentos de abolengo, Cervantes siempre mantuvo una relación de dependencia a cuyo amparo se hubo de acoger varias veces en su vida. No parece, pues, que esas aventuras tuvieran por objeto ejercer cualquier tipo de reproche a sus protectores.

Y ¡cómo no!, hay que detenerse un momento en las últimas páginas del Quijote en la que se describe la estancia del Caballero de la Triste Figura en Barcelona. A estas alturas sigue siendo discutible que Cervantes hubiera estado nunca en Barcelona (aspecto que algunos defienden con calor). Las aventuras aquí escenificadas (con los mismos mimbres) podrían haberse situado en cualquier otra población costera. La Barcelona que plasma en su obra es bastante ambigua y poco detallada: una ciudad descrita con vaguedad, mención de una imprenta que podía conocer sin haber estado jamás allí, una playa sin detalles de identificación, un mar, unas galeras…

No obstante es obvio que en el Quijote se narran las andanzas de unos personajes llanos, sencillos, del pueblo, iletrados como Sancho; dispuestos –por contagio– a luchar contra la injusticia, en favor del débil, de los desheredados de la fortuna. Gente sin historia, secundarios como los personajes con los que siguió adelante Andrés Trapiello en "Al morir D. Quijote".

Cervantes escribía en el castellano arcaico que se hablaba entonces (principios del siglo XVII), y así se ha seguido editando, tal cual, sin adaptarlo al lenguaje moderno de cada tiempo (mientras las traducciones a otros idiomas sí que lo han trasladado al léxico actualizado de los respectivos países donde se ha ido publicando).

De ahí su celebridad internacional. Lo pueden leer, han podido hacerlo siempre, en sus lenguas vernáculas contemporáneas, asequibles, sin palabras que precisen recurrir con frecuencia al diccionario para entender su significado. Los castellanoparlantes, por el contrario, hemos conocido al Ingenioso Hidalgo por temprana tradición oral, de oídas, en lecturas escolares mínimas, en frases sueltas, a través de los popularizados refranes de Sancho y en los reiterados intentos de leerlo sin conseguirlo casi nunca, o a veces, fraccionado “en parcelas”; en menos ocasiones de principio a fin, “de un tirón”.

Y una reflexión final en la que deseo hacer hincapié: El Quijote vive como loco, no puede ser de otra manera; muere cuando recobra la salud mental. Podemos escoger, entre un Quijote vivo y loco o un Quijote cuerdo, pero muerto.

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Nota.- Andrés Trapiello es natural de Manzaneda de Torío (León) y desde 1975 reside en Madrid. Es autor de una amplia obra que abarca la poesía, el ensayo, la novela y los diarios. “Al morir don Quijote” está editado por Ancora y Delfín en Barcelona en 2004.